Acostumbro a pasear por Las Ramblas al menos una vez a la semana. A mi alrededor llaman la atención especialmente las tiendas de souvenirs con trajes chillones y zapatos de flamenco de todos los tamaños y multicolores, adornados con volantes y con las típicas puntillas que cuelgan en línea esperando a ser comprados por algún turista.
Por ello reaccioné escéptica a la propuesta de mi jefe de acudir a un espectáculo de flamenco en: Poble Espanyol. No tengo nada en contra de pasar una noche con los gastos pagados, pero…justamente una noche de viernes y un espectáculo de flamenco?
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La entrada era a las 22h. Un amable camarero nos acompañó a las mesas situadas justo al lado del escenario. El restaurante estaba decorado al estilo andaluz y el techo adornado por todas partes con farolillos blancos.
El cante me traspasó. Cada palabra que canta le sale del alma y se dirige al público con lágrimas y gestos desgarradores. Las voces de cada cantante varían mucho en tono y expresión sin perder por ello en cada canción su armonía.
Las bailaoras acompasan a la perfección con sus pasos y con el movimiento de sus brazos a las guitarras y a las palmas de los cantaores.
Un conjunto tres mujeres y dos hombres bailan alternándose unos con otros. Los bailaores lo hacen de manera individual. Reconozco que a mi me gustó más cómo bailaban ellas, normalmente de manera conjunta. Cada movimiento estaba perfectamente combinado sin que cada una de ellas perdiera su estilo propio. Los favorecedores y fluidos vestidos de volantes y los cabellos adornados con las típicas peinetas plateadas ayudaron también a transmitir la típica atmósfera española que asociamos con el flamenco.
En total, una hora y media de espectáculo ininterrumpido sobre el escenario que concluyó con un gran y único final con todos los bailarines y cantantes.
Esa noche me convencí nuevamente de que no debemos dejarnos influenciar por cada cliché que anclamos en nuestros pensamientos y que debemos probar al menos una vez las cosas que nos parecen muy “españolas”
Fue una noche perfecta, en la que disfruté cada minuto. Todavía hoy recuerdo la música, el baile, la pasión, los sonidos de la guitarra, la comida e incluso la muchacha finlandesa algo borracha de la mesa de al lado.
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Karina